Está
ahí, aferrándose con desesperación a la mano de su madre, deseando
con todas sus fuerzas que no se extinga por completo, dejándola a
ella y a su hermano solos. Que vuelva a ser esa mujer de antaño,
fuerte, luchadora, alegre y con mucha vitalidad.
Con
lágrimas y con un profundo nudo en la garganta, levanta sus ojos
llenos de dolor, rabia contra el mundo y resignación porque sabe que
ya nada tiene solución. Para posarse en su hermano pequeño que
tiene la cabeza apoyada en el pecho de su madre mientras caen
lágrimas fluidas por su rostro, aterrizando finalmente en la bata de
la mujer.
Naia se
pregunta una y otra vez que será de ellos, que harán sin ella.
-¡Maldita
sea, solo tengo 17 años! -grita Naia mientras se levanta de un salto
-Mamá no nos dejes por favor -susurra la chica con voz lastimosa.
-Naia,
mami no nos dejará nunca, ella me lo prometió y tú también, no
llores, todo volverá a ser como antes dentro de poco -Iker se acerca
a su madre y le planta un beso en la mejilla.
Le falta
fuerzas para decirle al pequeño que eso no pasará. Si ella no era
capaz de asumirlo ¿cómo pretendía que un niño de siete años lo
comprendiera si ella no podía? Tampoco tenía el derecho de hacer
sufrir a su hermano.
Aunque...
quizás hubiera una oportunidad para ellos. Solo necesitaban un
donante, solo eso. Un corazón.
-¡Naia,
Naia, mira, está nevando! -Iker está zarandeando a su hermana que
permanece recostada en un sofá cerca de la cama de sus madre.
La
muchacha se levanta de la cama y echa un rápido vistazo a la ventana
para asegurarse si es cierto y acto seguido sale corriendo con su
hermano pequeño pisándole los talones. Llegan hasta la calle. Se
quedan durante una fracción de segundo los dos contemplando la
nieve, viendo como ella cubre de blanco la calle, llenándola de su
hermosura. Los dos saltan como locos, emocionados; in importarles
que la gente que entra y sale del hospital les mire, creyéndolos un
par de locos.
Eso ya
no importa.
Naia
salta, ríe como en los viejos tiempos. No era toda esa euforia por
el hecho de que nevara, no era la nieve en cuestión, era lo que
representaba: ¡LA LLEGADA DE LA NAVIDAD!
23 de
diciembre, dentro de unas horas es Navidad. Y se nota hasta en el
hospital, el ambiente que reina ahí es distinto. La gente va de un
lado a otro, las enfermeras están animadas y contentas, se les ve en
la cara esa ilusión, esperanza y reencuentros con familiares que
trae consigo la Navidad.
En una
habitación del hospital Santa Elba, en la sección de la UCI (unidad
de cuidados intensivos), el ambiente está cargado de todo menos de
alegría e ilusión. En la cama postrada, está una mujer conectada a
todo tipo de cables, luchando por su vida, y a su lado, dos
muchachos. Una chica joven y esbelta de 17 años y un niño de 7
años. Los dos están cogidos de la mano. Observando con un dolor
indescriptible y un nudo en la garganta, como la mujer que les dio la
vida se va poco a poco apagando, sin nada que puedan hacer para
impedirlo.
-Chicos,
¿queréis un café o un zumo? -es la tía Carlota, la hermana de su
padre.
Hace
unos años, su padre les dejó a ellos y se fue a otro país con una
mujer más joven. A ellos eso no les afectó mucho, no era un hombre
muy cariñoso y hablador y su madre supo cubrir con creces ese vacio
que él dejo.
-Gracia
tía Carlota, pero no nos separaremos de nuestra madre, tenemos que
estar aquí para darle fuerzas.
La tía
Carlota se acerca a ellos y les abraza, los tres se desmoronan. Los
médicos les han dicho que de esta noche no pasaba... al menos que
hubiera un donante. Pero el donante no llega y las esperanzas ya se
han extinguido por completo, ahora solo hay aceptación y
resignación.
A las
diez de la noche, Inés fallece cogida de la mano de sus hijos y de
su cuñada. Naia se acerca a su hermano pequeño, le levanta la cara
cogiéndole dulcemente de la barbilla y le susurra un “te quiero
pequeñajo, siempre estaremos juntos, te lo prometo”.
Iker se queda mirándola fijamente, no dice nada, solo llora y Naia
le estrecha contra su cuerpo fuertemente.
Ha
pasado ya dos días desde la muerte de Inés, es 25 de diciembre y en
muchas casas los niños están disfrutando de sus nuevos regalos.
Iker y Naia están en la casa de la hermana de su padre, desde ahora
ese será su nuevo hogar. Ayer fueron a su casa para recoger sus
cosas, entre las pertenencias de su madre se encontraron con un DVD
con el título “Mis dos amores. Pusieron
el DVD para verlo, en el aparecía su madre, pálida, pero con una
sonrisa espléndida dibujada en el rostro. Ella ya sabía que sus
días estaban llegando a su fin.
“Hola
pequeños, si estáis viendo esto, significa que yo ya no estoy. Lo
siento de verás por no deciros en todo momento lo que me pasaba
hasta que prácticamente fue imposible ocultarlo, mi corazón no iba
bien desde hacia unos meses. Estáis tan llenos de vida... Sois lo
más grande que me ha pasado en la vida, no quiero que sufráis por
mi ausencia. Quiero que luchéis, que riaís, que brilléis como dos
soles y disfrutéis a tope todos y cada uno de los momentos de la
vida.
Nadie
golpea más fuerte que la vida, pero eso no importa, lo que realmente
importa es como os levantáis tras cada golpe, como avanzáis sin
rendiros y siempre, siempre con una sonrisa en la boca. Esa es la
esencia de la vida, hijos míos.
No
creo que haga falta decir que todo lo mío es vuestro, todo lo que he
conseguido a lo largo de mi vida os pertenece.
Dentro
de vuestra mochila del colegio os he dejado todos y cada uno de
vuestras cosas que he ido guardando, lo más valioso que tengo. A ti
Naia, te he dejado el collar y anillo con el que se han casado tres
generaciones de nuestra familia. Para Iker, hay una carta, ahora no
creo que la llegue a entender, pero cuando crezca lo entenderá.
Os he
abandonado físicamente, pero siempre estaré protegiéndoos desde
donde esté. Os adoro ¡Feliz Navidad!
El
vídeo se ha terminado, Inés ya no está, la vida sigue y aún es
Navidad, es hora de empezar a disfrutarla. Esta es una época de
júbilo y alegría, y los dos niños lo saben y sonríen. Puede que
ella ya no esté entre ellos, pero su recuerdo permanecerá en sus
corazones para siempre. La agonía ha acabado y ahora les toca a
ellos tomar el rumbo de su vida y si hay algo que les ha enseñado su
madre, es seguir adelante siempre.
Los
dos hermanos se levantan del sofá y abrazan a su tía Carlota que
está de pie sollozando.
“La
vida es escalar, pero la vista es genial”.