Son las siete de la mañana y el camión de la limpieza acaba de pasar dejando un fresco olor a limpieza y a humedad. En el número cuatro de la calle Amargura todavía está la puerta abierta esperando a que se seque el portal, cuando en el quinto piso ya huele a café. Es Lucia, una joven de 28 años, quien está preparando el desayuno para sus dos hijos, de tres y cinco años. Mientras prepara las tostadas, no dejar de atormentarse al pensar en sus dos grandes aliados: el maquillaje, ese que disimula los moratones en el rostro, y su teatro de “no es nada, no es nada, corazón” ante su hijo Sergio.
Pero hoy sería la última vez, ya
no habría más golpes, lo tenía preparado tod. Dejaría a los niños
en la guardería en una hora.
En cierto forma siempre había
sabido que esta situación tarde o temprano acabaría, pero uno de
los dos no saldría de esta; era ella y los niños o él. Él nunca
se había atrevido a tocar a los niños hasta hacía dos días,
cuando se atrevió a poner las manos encima de Sergio. El niño acabó
con magulladuras y no paraba de llorar. Tuvo que hacer milagros para
calmarlo. En ese momento se dio cuenta de que debía actuar, por los
niños. No dejaría que él hiciese lo mismo con ellos. Que acabara
con sus sonrisas, sus ilusiones como con ella.
Una hora después, los niños ya
estaban en la guardería. Lucas llegaría a cada en una hora y media
aproximádamente. Saco el cuchillo que había comprado el día
anterior y lo dejó encima de la mesa. Se sentó y observó el
cuchillo con miedo.
Ya había pasado una hora y media y
estaba algo nerviosa. Lucas no llegaba y no sabía qué hacer. Se
levantó de la mesa y se puso a dar vueltas por el saló con el
cuchillo en la mano derecha. Se dio cuenta de que estaba llorando y
que temblaba. Las lágrimas caían sobre su mejilla en silencio. Se
las limpió furiosa, mientras se repetía una y otra vez: “no
llores, sé fuerte”.
Después de media hora más,
deambulando por la casa, oyó unos pasos. Al instante, el sonido que
hacían las llaves al ser introducidas en la ranura para abrir la
puerta, y notó en ese momento que había estado aguantando la
respiración. Lucas entró en la casa como siempre y comenzó a
llamara Silvia gritando e insultándola. Silvia salió del salón.
Mientras iba hacia el encuentro de Lucas, tenía las dos manos en la
espalda para esconder el cuchillo. Lucas no se dio cuenta de su
presencia porque estaba leyendo el periódico. Cuando ya estaba a
cierta distancia de él, le clavó el cuchillo en la espalda y se lo
volvió a “sacar”.
Lucas dio un giro de 180 grados
sobre si. Silviaa vio la cara de estupor, furia, rabia y finalmente
sorpresa que se le quedó al darse cuenta de quién era la persona
que le había acuchillado. Trató de sostenerse, se tambaleaba
mientras avanzaba hacia Silvia. Esta retrocedió con miedo al ver los
ojos rojos inyectados en sangre y la mirada de Lucas.
Silvia agarró con fuerza el
cuchillo, y se obligó a si misma a avanzar hacia Lucas. Levanto el
cuchillo y con furia, recordando por todo lo que él le había echo
pasar. Por sus humillaciones tantas veces, le clavó el cuchillo de
nuevo pero esta vez en el pecho. Y finalmente después de
tambalearse, se cayó al suelo.
Silvia dejó y comenzó a llorar
desconsoladamente, el ya no estaba, no volvería a hacerles daño
jamás.
Luego cuando se serenó, llamó a la
policía y les contó todo lo que había pasado sin omitir ningún
detalle.
No le importaba las consecuencias
que eso implicaba. Solo sabía que todo había acabado, se había
terminado la pesadilla y solo quería volver a abrazar a sus hijos.
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